Hace un par de
años aproximadamente, cuando mis padres decidieron abandonar nuestro muido y confortable nido por una casa más
grande, más luminosa más lejos de mis amigos, más todo, en definitiva, me
guardé una bonita manía en el bolsillo cerrado con cremallera, para no perderla
nunca.
Cuando la cuento,
todo el mundo me mira con cara de póker y me regala una mueca de incredulidad,
cuestionando abiertamente y sin ningún tipo de miramiento, si aquella rutina a
la que yo llamo manía se le puede llamar realmente manía o, si por el contrario,
se trata de un desvarío adolescente fruto del estrés que provoca una nueva
mudanza, una nueva vida.
A decir verdad,
tampoco es algo que vaya contando a cada desconocido que se me para en las
narices y se me presenta, bien sea con dos menos o con un fuerte apretón de
manos, pues sólo los más cercanos son los privilegiados que conocen la rutina
matutina a la que me he acostumbrado con el paso de las horas, los días y los
meses en una nueva celda más gris y sucia que la anterior.
Al principio no
me di cuenta de las posibilidades que la nueva casa, o mejor dicho, mi nuevo
cuarto, me ofrecía. Por el contrario, me pasaba los días caminando
lánguidamente por los oscuros pasillos, que se cernían sobre mi cabeza en los
días lluviosos, amenazándome para que no saliera de esas cuatro paredes y me
protegiese de la tormenta que azotaba tejados, árboles y almas sin piedad.
No obstante, cuando por
fin me acostumbré a los sonidos del crujiente parquet que se dibujaba bajo mis
pies, mis sentidos volvieron a recolocarse en los poros de mi piel y, una buena
mañana, me desperté en mi cama de sábanas nuevas y cabecero de hierro con una
sensación distinta. Los nuevos sentidos de los que os hablo me dejaron soñar
despierta, mirar por la ventana que se erguía a mis pies y salir volando de mi
pequeña jaula a dar un paseo por el cielo, incluso en aquellos días grises y
lluviosos que tanto odiaba, para acariciar con la yema de los dedos los
algodones esponjosos que penden de un hilo en el firmamento. Esa es mi pequeña
manía, es mi forma de tocar las nubes.
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